sábado, 12 de abril de 2008
El Claustro Románico de Silos
En una visita reciente a la comarca burgalesa de Aranda de duero, cerca de la sierra de La Demanda, tuvimos la oportunidad de visitar el Monasterio de Santo domingo de silos y su claustro románico.
Además de las fotografías que a nivel turista realizamos del maravilloso entorno, os he recopilado y os dejo ahí una serie de breves apuntes de historia de este lugar, joya del románico español y punto de clave de referencia del arte medieval:
El monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos, en concreto la parte románica conservada, representa una de las obras más grandiosas del arte medieval europeo.
Es un lugar de altas vibraciones espirituales donde la paz y la serenidad alcanzan profundidades inusuales.
Además de los motivos puramente artísticos de primer orden -arquitectónicos y escultóricos- el visitante del Monasterio de Silos se ve envuelto en una esfera de transcendencia que nunca olvida.
El monasterio de Silos tiene antecedentes visigóticos, del siglo VII. En el año 1088 el abad Fortunio consagra un templo románico que desapareció casi completamente hacia 1751 debido a la reedificación y sustitución por un templo neoclásico con planos de Ventura Rodríguez. Afortunadamente nos quedó el claustro, de finales del siglo XI y todo el XII.
Consta de planta cuadrada irregular y dos pisos de esbeltas arquerías sobre columnas pareadas.
Además de la cuidada conjunción de pilares, bancos, arcos y columnas, lo más destacable es la calidad en arte y simbolismo de los 64 capiteles del claustro bajo, con una colección delirante de encestados, zarcillos, acantos, sirenas y grifos, leones, centauros, dragones y aves fabulosas.
Una de las mayores originalidades del Claustro de Silos lo constituyen los grandes relieves que adornan las esquinas.
Son portentosas escenas sobre la vida de Cristo: La Ascensión, Pentecostés, Muerte y Resurrección, Descendimiento de la Cruz, Discípulos de Emaús, Duda de Santo Tomás, Asunción y Coronación de María y el árbol de Jessé.
El carácter simbólico de los maestros precedentes desaparece y se cae frecuentemente en el anecdotismo, amén de perder calidad y finura en su talla.
Otros aspectos destacables del Monasterio de Santo Domingo de Silos son la portada de las Vírgenes y el sepulcro del santo.
miércoles, 27 de junio de 2007
El Nacimiento de las Universidades
He querido inaugurar este blog con un homenaje al profesor Iraset Páez Urdaneta. Transcribo el artículo que efectuó sobre el nacimiento de las universidades en Europa.
A partir de ahora intentaremos acercar en esta página retazos de nuestra historia para no dejar en el olvido episodios que nos han hecho tal y como somos: libres.
Gracias
El Nacimiento de las Universidades
Iraset Páez Urdaneta*
Se tiende a reconocer que las instituciones que hoy conocemos como “universidades” emergieron como tales en el siglo XIII. La pregunta de rigor es qué sucedía antes o, en otras palabras, hasta dónde se extendía la educación de aquellas personas con los medios económicos para obtenerla.
Los antecedentes de la universidad occidental se deben remontar en la Grecia antigua (i.e., siglos V y VI a.C.) a la Academia [1], fundada por Platón alrededor del 387. La Academia era una asociación de carácter semirreligioso, orientada hacia la formación de la juventud aristocrática. Su curriculum incluía gimnasia, danza, canto, lira y poesía, matemáticas, dialéctica (arte de la persuasión) y retórica u oratoria. En la época helenística, se dio el nombre de ephebeia a un nivel superior de educación que se cursaba entre los 18 y los 20 años y que tenía un fuerte énfasis en aspectos militares y civiles. El estudio de las ciencias (matemáticas, geometría, medicina) y de la filosofía no había sido institucionalizado. Los romanos adoptaron el modelo helenístico de educación, pero incorporaron en él, como áreas de estudio, el griego clásico y la gramática latina. Sin embargo, a nivel de la educación que pudiéramos llamar “superior”, los romanos concedieron la mayor importancia a la oratoria y la jurisprudencia. Las escuelas superiores de la época bizantina, a partir del siglo V d.C., diversificarían sus currículos para incluir el estudio de la teología y moral cristianas. Sin embargo, lo más importante e innovador de la educación superior bizantina parece ser la preparación de profesionales en leyes, medicina, arquitectura y servicio civil.
Entre el siglo IV d.C. y el comienzo del XII la educación en Europa se vería reducida a las actividades de algunas congregaciones monásticas, que ofrecían un nivel de educación básica fundamentado en el currículo tradicional romano‑cristiano. El nivel de estos estudios contrasta con el de los centros que los árabes habían establecido en las ciudades españolas de Córdoba, Sevilla, Toledo, Granada, Murcia, Almería, Valencia y Cádiz. Los programas seguidos en estos centros incluían estudios más avanzados en álgebra, trigonometría, geometría, química, física, astronomía, medicina (incluyendo cirugía y farmacia), lógica, ética, metafísica, geografía, ciencias políticas y filología. Algo que llama la atención al respecto de la educación superior musulmana en España es su capacidad para integrar la enseñanza y la innovación tecnológica, pues a ellos se les acredita la invención de productos y técnicas que fueron aprovechados para el desarrollo de la agro‑industria, la navegación, la metalurgia y la producción de textiles y cerámicas.
En el siglo XI los historiadores dicen que se iniciaría en Europa un “renacimiento medioeval” resultante de la estabilización política y económica del continente bajo el sistema de explotación feudal. Algunos monasterios (particularmente el de Cister y el de Cluny) comenzaron a distinguirse más por sus actividades educativas que por su vida religiosa. Por esta época se consolida el curriculum medioeval, dividido en dos niveles: el de las artes liberales (compuesto por el trivium [gramática, retórica y lógica] y el quadrivium [geometría, aritmética, música y astronomía] y el de la filosofía (dividida a su vez en “teórica” [teología, física y matemáticas], “práctica” [ética], “lógica” [estudios más avanzados del trivium] y “mecánica” [estudios técnicos en áreas como la textil, la medicina, la agricultura, la navegación]). Para comienzos del siglo XII estas escuelas competían las unas con las otras en base a áreas distintivas de especialización. Las más prestigiosas eran sin embargo las que ofrecían los mejores estudios en trivium y filosofía lógica.
A finales del siglo XIII las competencias ya conflictivas entre estas escuelas, el número de estudiantes y de docentes en ellas congregados y las oportunidades que en ellas vieron (o temieron) las autoridades civiles y religiosas motivó una reorganización de los estudios superiores. La reorganización apuntaba tanto hacia lo curricular (y la metodología de enseñanza‑aprendizaje) como hacia la regulación de la autoridad para ejercer la docencia, a través del conferimiento de títulos. Por esta época, estos estudios superiores se institucionalizaron bajo el nombre de studia generalia, los cuales, para funcionar como tal, debían contar con una licencia papal o real. En 1158, para proteger a los estudiantes que iban de un sitio a otro en Europa en pos de tales estudios, el Sacro Emperador Romano Federico Barbaroja otorgó un número de privilegios e inmunidades a estos estudiantes (entre ellos, protección ante un arresto injusto o la extorsión, juicio ante los pares, derecho a protestar). La internacionalidad del sistema estaba garantizada por el compartimiento de una lengua común, el latín clásico, cuyo aprendizaje era central en la formación que previamente recibían los estudiantes. En el nivel de los estudios superiores, se llamaba entonces determinatio a los estudios a nivel de bachillerato, licencia docendi a los estudios siguientes y doctoratus a los estudios máximos. Otro rasgo importante es que, avalado por una bula papal, la obtención de la licencia en ciertas universidades permitía cl ejercicio de la docencia en cualquier otra.
La expresión universitas parece datar de esta época. Entonces se utilizaba para designar al cuerpo de profesores y estudiantes, no al nivel de la educación (lo que comenzó a suceder a partir del siglo XIV). Inicialmente se trataba de comunidades de estudio que se auto‑sostenían gracias a las contribuciones de los estudiantes, o, posteriormente, de los príncipes o de la Iglesia. Las comunidades eran regidas por un Rector scholarium que en algunos casos no emitía los títulos sino un dignatario eclesiástico externo llamado, al efecto, Scholasticum. La corporación gozaba de autonomía garantizada por decretos reales o papales, pero a cambio se exigía el estricto cumplimiento de algunas condiciones, entre ellas la de no hacer magisterio fuera del recinto universitario, particularmente cuando el mismo concernía al saber canónico o se apartaba de él. Las universidades, sin embargo, pronto comenzaron a ejercer ‑con la mayor discreción‑ el ejercicio de una libertad que las llevó a explorar el saber no canónico (i.e., conocimiento griego antiguo o árabe moderno), un privilegio que simbolizó con la imagen de una oca o ganso, símbolo también de la rebeldía. El estilo de vida universitaria implicó así mismo el uso de un vestuario distintivo y de ceremoniales de bautizo académico y graduación. El himno académico conocido como Gaudeamus igitur pervive todavía como parte de ese ceremonial. Su estrofa inicial es indicativa de la vitalidad juvenil del graduado universitario: “Gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus / post iocundam iuventutem / post molestam senectutern / nos habebit humus (“Alegrémonos pues / mientras seamos jóvenes / (porque) después de la feliz juventud / después de la molesta vejez / nos tendrá la tierra”).
Las dos grandes universidades de la época fueron la de Boloña (Universitá degli Studi di Bologna) y la de París (Université de París). La de Boloña fue establecida a finales del siglo XI, con una facultad en la que se estudiaba derecho civil y canónico. En el siglo XIII se establecieron las facultades de medicina y filosofía (o artes liberales). En el siglo XVII se organizó la facultad de ciencia. Por su parte, la Universidad de París fue organizada alrededor de 1170 a partir de las escuelas catedráticas de Notre Dame. Gracias al apoyo papal se convirtió en el gran centro de enseñanza de la teología ortodoxa cristiana. Durante el siglo XIV la Universidad se dividía ya en cuatro facultades; tres “superiores” (Teología, Derecho canónico y Medicina) y una “inferior” (Artes). Cada facultad era regida por un Decano (etimológicamente, “aquel que preside a diez profesores sacerdotes”) y toda la Universidad por un Rector, que terminó siendo el Decano de la Facultad de Artes. En Inglaterra, en el siglo XIII fueron fundadas conforme al modelo académico de la Universidad de París las Universidades de Oxford y Cambridge
(La universidad inglesa se caracteriza sin embargo porque su núcleo de formación es un collegium).
En 1218, el rey Alfonso IX fundó la Universidad de Salamanca. Mas tarde, en 1254, en el reinado de Alfonso X, se establecieron seis “sillas” magisteriales: tres en Derecho canónico y una en gramática latina, artes y física, respectivamente. En las Siete Partidas, el rey Alfonso X estableció normativas especificas para el gobierno de los recintos universitarios (entre ellas, la obligación de contar con un campus abundante de aguas y jardines) y privilegios específicos para los miembros del claustro entre ellos, buena dotación de pan y vino y privilegio de ser atendido por el Rey en audiencia especial). En 1243 se fundó en la misma ciudad la Universidad Pontificial de Salamanca. Es a la primera a la que se suele asociar en el dicho de “Quod natura non dat, Salamantica non prestat” (“Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”).
Los estudiantes de estas universidades eran, por lo general, hombres en edad madura. Para obtener la licencia docendi se debía tener por lo menos 21 años (en París, antes de los 35). Las universidades tenían sillas o cátedras cuyos ocupantes rentan derecho a ejercerlas de por vida. En algunas universidades estas sillas eran sufragadas por los príncipes. Los cursos consistían generalmente de collado (exposiciones) y preferiblemente de lecho (comentario o explicaciones de textos). Las clases solían desarrollarse de octubre a Semana Santa y después de Semana Santa hasta finales de junio. Los exámenes eran públicos.
La historia de la universidad es también una historia humana. En ella alternan los triunfos y los fracasos de muchos hombres, algunos de los cuales pagaron con su vida su profunda obsesión por el conocimiento, obsesión que les hacía saltarse las barreras de los comportamientos permitidos. Entonces también existían las rencillas profesorales, los odios surgidos por argumentaciones opuestas. Entonces eran encendidos los debates sobre si los ángeles habían sido creados antes que el cielo o sobre la procedencia de la esposa de Caín o, incluso, la legitimidad de ejecutar a alguien o no. La teología permitió un ejercicio de liberación del pensamiento por la vía de la retórica y abonó el camino para las nuevas ideas que vendrían con el movimiento conocido como humanismo. Hasta el segundo renacimiento de Europa, especialmente en los siglos XVI y XVII las grandes universidades del continente preservarían un perfil bastante conservador. El pensamiento seglar de estos siglos contribuiría a demarcar los studia divinitatis de lo studia humanitatis, lo que favorecería las circunstancias filosóficas necesarias para el desarrollo de los studia scientiarum. Entonces fueron decisivos el legado árabe que Europa recibió a través de España, la invención de la imprenta (que por ciento no fue inicialmente bienvenida por los profesores que alegaban que, teniendo cada quien una copia de los manuales y textos de estudio, los estudiantes no iban a tener necesidad de ir a los recintos de clases) y la independencia progresiva del profesorado universitario del dominio eclesiástico. La Universidad que había comenzado en el estudio de la filosofía y luego de la teología, emprendería el estudio formal de la ciencia. No seria sino tiempo después cuando admitiría como área de estudios las que hoy asociamos con el saber técnico de las ingenieras.
Deberíamos concluir entonces infiriendo varios mensajes: Primero, que la Edad Media no pudo haber sido tan oscura ‑como suele afirmarse‑ si en ella se inventaron las universidades. Segundo, que la universidad es el producto de un fuerte idealismo histórico que se afinca en la creencia de la liberación del hombre por la vía del conocimiento. Tercero, que la universidad se encuentra en la simiente de todos los aciertos del hombre occidental y contemporáneo, al que no sólo ha educado sino también transmitido la herencia de quienes le precedieron en la obra civilizatoria. Se le llama así Alma Mater porque de ella se nutre esencialmente el optimismo que llamamos futuro.
“La investigación de la verdad es, en un sentido, difícil; pero, en otro, fácil. Lo prueba el hecho de que nadie la pueda poseer completamente ni equivocarse del todo, sino que cada uno dice algo sobre la Naturaleza; y aunque individualmente sea poco o nada lo que contribuye a ella, de todos reunidos se forma una cierta grandeza”. Aristóteles, Metafísica, 993a 30‑b4
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*(Fallecido) Fue Decano de Estudios Generales. PhD en Lingüística (Universidad de Stanford, EUA).
A partir de ahora intentaremos acercar en esta página retazos de nuestra historia para no dejar en el olvido episodios que nos han hecho tal y como somos: libres.
Gracias
El Nacimiento de las Universidades
Iraset Páez Urdaneta*
Se tiende a reconocer que las instituciones que hoy conocemos como “universidades” emergieron como tales en el siglo XIII. La pregunta de rigor es qué sucedía antes o, en otras palabras, hasta dónde se extendía la educación de aquellas personas con los medios económicos para obtenerla.
Los antecedentes de la universidad occidental se deben remontar en la Grecia antigua (i.e., siglos V y VI a.C.) a la Academia [1], fundada por Platón alrededor del 387. La Academia era una asociación de carácter semirreligioso, orientada hacia la formación de la juventud aristocrática. Su curriculum incluía gimnasia, danza, canto, lira y poesía, matemáticas, dialéctica (arte de la persuasión) y retórica u oratoria. En la época helenística, se dio el nombre de ephebeia a un nivel superior de educación que se cursaba entre los 18 y los 20 años y que tenía un fuerte énfasis en aspectos militares y civiles. El estudio de las ciencias (matemáticas, geometría, medicina) y de la filosofía no había sido institucionalizado. Los romanos adoptaron el modelo helenístico de educación, pero incorporaron en él, como áreas de estudio, el griego clásico y la gramática latina. Sin embargo, a nivel de la educación que pudiéramos llamar “superior”, los romanos concedieron la mayor importancia a la oratoria y la jurisprudencia. Las escuelas superiores de la época bizantina, a partir del siglo V d.C., diversificarían sus currículos para incluir el estudio de la teología y moral cristianas. Sin embargo, lo más importante e innovador de la educación superior bizantina parece ser la preparación de profesionales en leyes, medicina, arquitectura y servicio civil.
Entre el siglo IV d.C. y el comienzo del XII la educación en Europa se vería reducida a las actividades de algunas congregaciones monásticas, que ofrecían un nivel de educación básica fundamentado en el currículo tradicional romano‑cristiano. El nivel de estos estudios contrasta con el de los centros que los árabes habían establecido en las ciudades españolas de Córdoba, Sevilla, Toledo, Granada, Murcia, Almería, Valencia y Cádiz. Los programas seguidos en estos centros incluían estudios más avanzados en álgebra, trigonometría, geometría, química, física, astronomía, medicina (incluyendo cirugía y farmacia), lógica, ética, metafísica, geografía, ciencias políticas y filología. Algo que llama la atención al respecto de la educación superior musulmana en España es su capacidad para integrar la enseñanza y la innovación tecnológica, pues a ellos se les acredita la invención de productos y técnicas que fueron aprovechados para el desarrollo de la agro‑industria, la navegación, la metalurgia y la producción de textiles y cerámicas.
En el siglo XI los historiadores dicen que se iniciaría en Europa un “renacimiento medioeval” resultante de la estabilización política y económica del continente bajo el sistema de explotación feudal. Algunos monasterios (particularmente el de Cister y el de Cluny) comenzaron a distinguirse más por sus actividades educativas que por su vida religiosa. Por esta época se consolida el curriculum medioeval, dividido en dos niveles: el de las artes liberales (compuesto por el trivium [gramática, retórica y lógica] y el quadrivium [geometría, aritmética, música y astronomía] y el de la filosofía (dividida a su vez en “teórica” [teología, física y matemáticas], “práctica” [ética], “lógica” [estudios más avanzados del trivium] y “mecánica” [estudios técnicos en áreas como la textil, la medicina, la agricultura, la navegación]). Para comienzos del siglo XII estas escuelas competían las unas con las otras en base a áreas distintivas de especialización. Las más prestigiosas eran sin embargo las que ofrecían los mejores estudios en trivium y filosofía lógica.
A finales del siglo XIII las competencias ya conflictivas entre estas escuelas, el número de estudiantes y de docentes en ellas congregados y las oportunidades que en ellas vieron (o temieron) las autoridades civiles y religiosas motivó una reorganización de los estudios superiores. La reorganización apuntaba tanto hacia lo curricular (y la metodología de enseñanza‑aprendizaje) como hacia la regulación de la autoridad para ejercer la docencia, a través del conferimiento de títulos. Por esta época, estos estudios superiores se institucionalizaron bajo el nombre de studia generalia, los cuales, para funcionar como tal, debían contar con una licencia papal o real. En 1158, para proteger a los estudiantes que iban de un sitio a otro en Europa en pos de tales estudios, el Sacro Emperador Romano Federico Barbaroja otorgó un número de privilegios e inmunidades a estos estudiantes (entre ellos, protección ante un arresto injusto o la extorsión, juicio ante los pares, derecho a protestar). La internacionalidad del sistema estaba garantizada por el compartimiento de una lengua común, el latín clásico, cuyo aprendizaje era central en la formación que previamente recibían los estudiantes. En el nivel de los estudios superiores, se llamaba entonces determinatio a los estudios a nivel de bachillerato, licencia docendi a los estudios siguientes y doctoratus a los estudios máximos. Otro rasgo importante es que, avalado por una bula papal, la obtención de la licencia en ciertas universidades permitía cl ejercicio de la docencia en cualquier otra.
La expresión universitas parece datar de esta época. Entonces se utilizaba para designar al cuerpo de profesores y estudiantes, no al nivel de la educación (lo que comenzó a suceder a partir del siglo XIV). Inicialmente se trataba de comunidades de estudio que se auto‑sostenían gracias a las contribuciones de los estudiantes, o, posteriormente, de los príncipes o de la Iglesia. Las comunidades eran regidas por un Rector scholarium que en algunos casos no emitía los títulos sino un dignatario eclesiástico externo llamado, al efecto, Scholasticum. La corporación gozaba de autonomía garantizada por decretos reales o papales, pero a cambio se exigía el estricto cumplimiento de algunas condiciones, entre ellas la de no hacer magisterio fuera del recinto universitario, particularmente cuando el mismo concernía al saber canónico o se apartaba de él. Las universidades, sin embargo, pronto comenzaron a ejercer ‑con la mayor discreción‑ el ejercicio de una libertad que las llevó a explorar el saber no canónico (i.e., conocimiento griego antiguo o árabe moderno), un privilegio que simbolizó con la imagen de una oca o ganso, símbolo también de la rebeldía. El estilo de vida universitaria implicó así mismo el uso de un vestuario distintivo y de ceremoniales de bautizo académico y graduación. El himno académico conocido como Gaudeamus igitur pervive todavía como parte de ese ceremonial. Su estrofa inicial es indicativa de la vitalidad juvenil del graduado universitario: “Gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus / post iocundam iuventutem / post molestam senectutern / nos habebit humus (“Alegrémonos pues / mientras seamos jóvenes / (porque) después de la feliz juventud / después de la molesta vejez / nos tendrá la tierra”).
Las dos grandes universidades de la época fueron la de Boloña (Universitá degli Studi di Bologna) y la de París (Université de París). La de Boloña fue establecida a finales del siglo XI, con una facultad en la que se estudiaba derecho civil y canónico. En el siglo XIII se establecieron las facultades de medicina y filosofía (o artes liberales). En el siglo XVII se organizó la facultad de ciencia. Por su parte, la Universidad de París fue organizada alrededor de 1170 a partir de las escuelas catedráticas de Notre Dame. Gracias al apoyo papal se convirtió en el gran centro de enseñanza de la teología ortodoxa cristiana. Durante el siglo XIV la Universidad se dividía ya en cuatro facultades; tres “superiores” (Teología, Derecho canónico y Medicina) y una “inferior” (Artes). Cada facultad era regida por un Decano (etimológicamente, “aquel que preside a diez profesores sacerdotes”) y toda la Universidad por un Rector, que terminó siendo el Decano de la Facultad de Artes. En Inglaterra, en el siglo XIII fueron fundadas conforme al modelo académico de la Universidad de París las Universidades de Oxford y Cambridge
(La universidad inglesa se caracteriza sin embargo porque su núcleo de formación es un collegium).
En 1218, el rey Alfonso IX fundó la Universidad de Salamanca. Mas tarde, en 1254, en el reinado de Alfonso X, se establecieron seis “sillas” magisteriales: tres en Derecho canónico y una en gramática latina, artes y física, respectivamente. En las Siete Partidas, el rey Alfonso X estableció normativas especificas para el gobierno de los recintos universitarios (entre ellas, la obligación de contar con un campus abundante de aguas y jardines) y privilegios específicos para los miembros del claustro entre ellos, buena dotación de pan y vino y privilegio de ser atendido por el Rey en audiencia especial). En 1243 se fundó en la misma ciudad la Universidad Pontificial de Salamanca. Es a la primera a la que se suele asociar en el dicho de “Quod natura non dat, Salamantica non prestat” (“Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”).
Los estudiantes de estas universidades eran, por lo general, hombres en edad madura. Para obtener la licencia docendi se debía tener por lo menos 21 años (en París, antes de los 35). Las universidades tenían sillas o cátedras cuyos ocupantes rentan derecho a ejercerlas de por vida. En algunas universidades estas sillas eran sufragadas por los príncipes. Los cursos consistían generalmente de collado (exposiciones) y preferiblemente de lecho (comentario o explicaciones de textos). Las clases solían desarrollarse de octubre a Semana Santa y después de Semana Santa hasta finales de junio. Los exámenes eran públicos.
La historia de la universidad es también una historia humana. En ella alternan los triunfos y los fracasos de muchos hombres, algunos de los cuales pagaron con su vida su profunda obsesión por el conocimiento, obsesión que les hacía saltarse las barreras de los comportamientos permitidos. Entonces también existían las rencillas profesorales, los odios surgidos por argumentaciones opuestas. Entonces eran encendidos los debates sobre si los ángeles habían sido creados antes que el cielo o sobre la procedencia de la esposa de Caín o, incluso, la legitimidad de ejecutar a alguien o no. La teología permitió un ejercicio de liberación del pensamiento por la vía de la retórica y abonó el camino para las nuevas ideas que vendrían con el movimiento conocido como humanismo. Hasta el segundo renacimiento de Europa, especialmente en los siglos XVI y XVII las grandes universidades del continente preservarían un perfil bastante conservador. El pensamiento seglar de estos siglos contribuiría a demarcar los studia divinitatis de lo studia humanitatis, lo que favorecería las circunstancias filosóficas necesarias para el desarrollo de los studia scientiarum. Entonces fueron decisivos el legado árabe que Europa recibió a través de España, la invención de la imprenta (que por ciento no fue inicialmente bienvenida por los profesores que alegaban que, teniendo cada quien una copia de los manuales y textos de estudio, los estudiantes no iban a tener necesidad de ir a los recintos de clases) y la independencia progresiva del profesorado universitario del dominio eclesiástico. La Universidad que había comenzado en el estudio de la filosofía y luego de la teología, emprendería el estudio formal de la ciencia. No seria sino tiempo después cuando admitiría como área de estudios las que hoy asociamos con el saber técnico de las ingenieras.
Deberíamos concluir entonces infiriendo varios mensajes: Primero, que la Edad Media no pudo haber sido tan oscura ‑como suele afirmarse‑ si en ella se inventaron las universidades. Segundo, que la universidad es el producto de un fuerte idealismo histórico que se afinca en la creencia de la liberación del hombre por la vía del conocimiento. Tercero, que la universidad se encuentra en la simiente de todos los aciertos del hombre occidental y contemporáneo, al que no sólo ha educado sino también transmitido la herencia de quienes le precedieron en la obra civilizatoria. Se le llama así Alma Mater porque de ella se nutre esencialmente el optimismo que llamamos futuro.
“La investigación de la verdad es, en un sentido, difícil; pero, en otro, fácil. Lo prueba el hecho de que nadie la pueda poseer completamente ni equivocarse del todo, sino que cada uno dice algo sobre la Naturaleza; y aunque individualmente sea poco o nada lo que contribuye a ella, de todos reunidos se forma una cierta grandeza”. Aristóteles, Metafísica, 993a 30‑b4
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*(Fallecido) Fue Decano de Estudios Generales. PhD en Lingüística (Universidad de Stanford, EUA).
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